Aún hoy te sigo mirando con los mismos ojos negros teñidos de inocencia de aquel día en que te vi y me quedé absorta entre tanta belleza.
Iba charlando de incongruencias con mi mejor amiga, de la cual no sé si te acordaras. Era una chica morena, de mirada clara y algo vidriosa, no demasiado alta y delgada. Un escándalo a los ojos de cualquier visionario. Cuando repentinamente, me hizo girar la vista y no pude más que emitir un grito ahogado.
No me veo capaz de mentirte y por ello prometo que asistí a todas las clases de arte prehistórico, antiguo, clásico, e incluso el perteneciente a la Edad Media, pero en ese momento, mi interés se volvió paradójico y empecé a faltar, por lo que no llegué a saber apenas nada del arte moderno ni del contemporáneo, en el cual estabas incluido.
Un edificio majestuoso de más de trescientos metros elevado en hierro, decían. Cerca del Sena, de sus bistrots y de ese aire francés que te recorre las venas y te cala en lo más hondo. En el corazón de la ciudad de los candados, del frescor acalorado y de los enamorados por excelencia. Pero no hay que fiarse de lo que algunos farfullen. De las verdades a medias. Que no te engañen en los libros, ya sean novelas de amor o de cualquier otro género literario. Sal de la comodidad de viajar a través de las palabras de otros y sé tu mismo quien ponga el lenguaje a tus sueños, quien emprenda el viaje hasta este abismo.
Tan solo mírame. Sobra decir que aún estoy nerviosa cuando se trata de reencontrarme contigo y me gustaría que todos los que fueran a dicha capital disfrutaran de su belleza, precipitándose a esta perfección abisal que raramente defrauda o al menos eso es lo que pienso yo, mi querida Torre Eiffel.