Me gusta cuando
me miras mientras “duermo” y pretendes que no me dé cuenta.
Cuando finjo cansancio solo para que me abraces fuerte, aún más que en mis sueños.
Cuando finjo cansancio solo para que me abraces fuerte, aún más que en mis sueños.
Me gustas cuando
me besas y abres los ojos para comprobar, una vez más, que no los tenía
cerrados porque un minuto sin mirarte es una pérdida de tiempo.
Me gustas en tus
mejores días y aún más tus peores porque entonces te digo que queda toda la
noche para mejorarte, para mejorarnos juntos.
Me gustas cuando
me intentas hacer ver que estás solo en este mundo ya que así tengo el gusto de repetirte
que yo estoy a tu lado y que lo estaré hasta que decidas echarme de tu cama.
Me gusta sumar
momentos contigo y sobre todo inviernos porque de esta manera son algo menos fríos.
Me gusta que seas
inspiración ese catorce de cada mes y el resto de los días del año aunque me lo calle el orgullo.
Me gusta contarte que lo que estudio no es lo mío, que quiero empezar otra cosa cuanto antes o mandarlo toda a la mierda y en consecuencia, una de dos:
o me das consejos de esos tuyos tan malos o me recomiendas libros que me cambien la vida, para perder (ganar) tiempo.
Me gusta contarte que lo que estudio no es lo mío, que quiero empezar otra cosa cuanto antes o mandarlo toda a la mierda y en consecuencia, una de dos:
o me das consejos de esos tuyos tan malos o me recomiendas libros que me cambien la vida, para perder (ganar) tiempo.
Me gustas cuando
me impulsas a seguir a pesar de ese pánico al fracaso, cuando me repites que la
valentía no es más que la conquista del miedo y no la ausencia del mismo.
Me gusta esta
interminable distancia porque me hace valorar todo lo que quiero un poquito
más aunque sin duda lo que más me gusta es tu querer como analgésico de mi rutina.
Pero hay algo que
no me gusta nada y es no encontrar un verbo que defina correctamente cuánto y
cuántas cosas me gustan de ti.