Un par de horas para la cuenta regresiva y allí estaba él, con el océano en
sus ojos navegando hacia los míos, como si fuera a arrancarme el corazón de un
parpadeo y después a atarme sin necesidad de cuerdas a la ciudad de su pelo.
-“Te voy a cuidar pero prométeme que tú lo harás también”; le
prometí justo antes de dilapidar toda mi pena en un abrazo eterno; y en ese
momento, diría que congelamos el tiempo deseando volver, aún sin haber despegado
el avión que me llevó directa al fin del mundo, que está justo allí donde no te
puedo ver.
Desde ese día no ha dejado de ser domingo, un domingo frío y lluvioso, donde
siempre tengo mis huesos calados por la carencia de abrazos y a nadie que me
abrigue pues ya no queda ni una noche de esas, de bohemia ni de ilusión, en las
que nos repartíamos el mundo y también el corazón.
Los recuerdos me asaltan todas las noches como balines directos a mi pecho
izquierdo y aunque me lo calle, estoy cansada de soñar para poder verte pues
como realmente era feliz es estando despierta contigo, sin peajes para colarme
entre tus piernas, hacerte el amor en braille y temblar al ritmo de cualquier
blues en el paraíso de tu ombligo.
Y aunque todavía hoy me muera de ganas de decirte que te voy a echar de
menos, antes me gustaría contarte que
nunca huí de ti, únicamente de mi pasado y pese a que discutan asegurando que
es lo mismo, yo lo continuaré desmintiendo, diciendo que a mi pasado nunca volvería
pero a ti lo haría mil veces aunque tuviera que cruzar todo el universo pues
para mi es lo mismo que escalar hacia tu boca en este último verso.